Capítulo XII
Cómo San Francisco quiso humillar al hermano Maseo
Cómo San Francisco quiso humillar al hermano Maseo
San Francisco gustaba de humillar al
hermano Maseo, con el fin de que los muchos dones y gracias que Dios le daba no
le hiciesen envanecerse, sino, más bien, le hiciesen crecer de virtud en
virtud a base de la humildad. Una vez que se hallaba en un eremitorio con sus
primeros compañeros, verdaderos santos, entre los que estaba el hermano
Maseo, dijo un día a éste delante de todos:
-- Hermano Maseo, todos estos
compañeros tuyos tienen la gracia de la contemplación y de la
oración; tú, en cambio, tienes la gracia de la predicación
y el don de agradar a la gente. Quiero, pues, que, para que ellos puedan darse
a la contemplación, te encargues tú de atender a la puerta, a la
limosna y a la cocina. Cuando los demás hermanos estén comiendo,
tú comerás a la puerta del convento, de manera que los que
vengan, ya antes de llamar, reciban de ti algunas buenas palabras de Dios, y
así no haya necesidad de que ningún otro vaya a recibirlos. Y
esto lo harás por el mérito de la santa obediencia (2).
El hermano Maseo se quitó la
capucha, inclinó la cabeza y recibió con humildad esta
obediencia, y la fue cumpliendo durante varios días, atendiendo
juntamente a la puerta, a la limosna y a la cocina.
Pero los compañeros, siendo como
eran hombres iluminados por Dios, comenzaron a sentir en sus corazones gran
remordimiento al ver que el hermano Maseo, hombre de tanta o más
perfección que ellos, tenía que correr con todo el peso del
eremitorio, mientras ellos estaban libres. Movidos, pues, por un mismo impulso,
fueron a rogar al Padre santo que tuviera a bien distribuir entre ellos
aquellos oficios, ya que en manera alguna podían soportar sus
conciencias que el hermano Maseo tuviera que sobrellevar tantas fatigas. Al
oírles, San Francisco dio crédito a sus conciencias y
accedió a lo que pedían. Llamó al hermano Maseo y le
dijo:
-- Hermano Maseo, tus compañeros
quieren compartir los oficios que te he encomendado; quiero, pues, que esos
oficios se repartan entre todos.
-- Padre -dijo el hermano Maseo con gran
humildad y paciencia-, lo que tú dispones, en todo o en parte, yo lo
acepto como venido de Dios.
Entonces, San Francisco, viendo la caridad
de aquellos hermanos y la humildad del hermano Maseo, les dirigió una
plática admirable sobre la santísima humildad,
enseñándoles que cuanto mayores son los dones y las gracias que
Dios nos da, tanto más humildes debemos ser; porque, sin la humildad,
ninguna virtud es acepta a Dios. Y, hecha la plática, distribuyó
los oficios con grandísima caridad.
En alabanza de Cristo. Amén.
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