Capítulo XXVI
Cómo San Francisco convirtió a tres ladrones homicidas
Cómo San Francisco convirtió a tres ladrones homicidas
Yendo una vez San Francisco por el
territorio de Borgo San Sepolcro, al pasar por una aldea llamada Monte Casale,
se le presentó un joven muy noble y delicado, que le dijo:
-- Padre, me gustaría mucho ser de
vuestra fraternidad.
-- Hijo -le respondió San
Francisco-, tú eres joven, delicado y noble; se te va a hacer duro
sobrellevar la pobreza y austeridad de nuestra vida.
-- Padre, ¿no sois vosotros hombres
como yo? -repuso él-. Lo mismo que vosotros la sobrelleváis, la
podré sobrellevar también yo con la gracia de Cristo.
Agradó mucho a San Francisco esta
respuesta; por lo que, bendiciéndolo, lo recibió, sin más,
en la Orden y le puso por nombre hermano Ángel. Este joven se
portó tan a satisfacción, que, al poco tiempo, San Francisco lo
hizo guardián del convento del mismo Monte Casale (2).
Por aquel tiempo merodeaban por aquellos
parajes tres famosos ladrones, que perpetraban muchos males en toda la comarca.
Un día fueron al eremitorio de los hermanos y pidieron al
guardián, el hermano Ángel, que les diera de comer. El
guardián les reprochó ásperamente:
-- ¿No tenéis vergüenza,
ladrones y asesinos sin entrañas, que, no contentos con robarles a los
demás el fruto de sus fatigas, tenéis cara, además,
insolentes, para venir a devorar las limosnas que son enviadas a los servidores
de Dios? No merecéis que os sostenga la tierra, puesto que no
tenéis respeto alguno ni a los hombres ni a Dios que os creó.
¡Fuera de aquí, id a lo vuestro y que no vuelva a veros
aquí!
Ellos lo llevaron muy a mal y se marcharon
enojados.
En esto regresó San Francisco de
fuera con la alforja del pan y con un recipiente de vino que habían
mendigado él y su compañero. El guardián le refirió
cómo había despedido a aquella gente. Al oírle, San
Francisco le reprendió fuertemente, diciéndole que se
había portado cruelmente, porque mejor se conduce a los pecadores a Dios
con dulzura que con duros reproches; que Cristo, nuestro Maestro, cuyo
Evangelio hemos prometido observar, dice que no tienen necesidad de
médico los sanos, sino los enfermos, y que Él no ha
venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a penitencia (Mt
9,12s); y por esto Él comía muchas veces con ellos.
-- Por lo tanto -terminó-, ya que
has obrado contra la caridad y contra el santo Evangelio, te mando, por santa
obediencia, que, sin tardar, tomes esta alforja de pan que yo he mendigado y
esta orza de vino y vayas buscándolos por montes y valles hasta dar con
ellos; y les ofrecerás de mi parte todo este pan y este vino.
Después te pondrás de rodillas ante ellos y confesarás
humildemente tu culpa y tu dureza. Finalmente, les rogarás de mi parte
que no hagan ningún daño en adelante, que teman a Dios y no
ofendan al prójimo; y les dirás que, si lo hacen así, yo
me comprometo a proveerles de lo que necesiten y a darles siempre de comer y de
beber. Una vez que les hayas dicho esto con toda humildad, vuelve aquí
(3).
Mientras el guardián iba a cumplir
el mandato, San Francisco se puso en oración, pidiendo a Dios que
ablandase los corazones de los ladrones y los convirtiese a penitencia.
Llegó el obediente guardián a
donde estaban ellos, les ofreció el pan y el vino e hizo y dijo lo que
San Francisco le había ordenado. Y plugo a Dios que, mientras
comían la limosna de San Francisco, comenzaran a decir entre
sí:
-- ¡Ay de nosotros, miserables
desventurados! ¡Qué duras penas nos esperan en el infierno a
nosotros, que no sólo andamos robando, maltratando, hiriendo, sino
también dando muerte a nuestro prójimo; y, en medio de tantas
maldades y crímenes, no tenemos remordimiento alguno de conciencia ni
temor de Dios! En cambio, este santo hermano ha venido a buscarnos por unas
palabras que nos dijo justamente reprochando nuestra maldad, se ha acusado de
ello con humildad, y, encima de esto, nos ha traído el pan y el vino,
junto con una promesa tan generosa del Padre santo. Estos sí que son
siervos de Dios merecedores del paraíso, pero nosotros somos hijos de la
eterna perdición, merecedores de las penas del infierno; cada día
agravamos nuestra perdición, y no sabemos si podremos hallar
misericordia ante Dios por los pecados que hasta ahora hemos cometido.
Estas y parecidas palabras decía uno
de ellos; a lo que añadieron los otros dos:
-- Es mucha verdad lo que dices; pero
¿qué es lo que tenemos que hacer?
-- Vamos a estar con San Francisco -dijo el
primero-, y, si él nos da esperanza de que podemos hallar misericordia
ante Dios por nuestros pecados, haremos lo que nos mande; así podremos
librar nuestras almas de las penas del infierno.
Pareció bien a los otros este
consejo, y todos tres, de común acuerdo, marcharon apresuradamente a San
Francisco y le hablaron así:
-- Padre, nosotros hemos cometido muchos y
abominables pecados; no creemos poder hallar misericordia ante Dios; pero, si
tú tienes alguna esperanza de que Dios nos admita a misericordia,
aquí nos tienes, prontos a hacer lo que tú nos digas y a vivir
contigo en penitencia.
San Francisco los recibió con
caridad y bondad, los animó con muchos ejemplos, les aseguró de
la misericordia de Dios y les prometió con certeza que se la
obtendría de Dios, haciéndoles ver cómo la misericordia de
Dios es infinita. Y concluyó:
-- Aunque hubiéramos cometido
infinitos pecados, todavía es más grande la misericordia de Dios;
según el Evangelio y el apóstol San Pablo, Cristo bendito ha
venido a la tierra para rescatar a los pecadores.
Movidos de estas palabras y parecidas
enseñanzas, los tres ladrones renunciaron al demonio y a sus obras; San
Francisco los recibió en la Orden y comenzaron a hacer gran penitencia.
Dos de ellos vivieron poco tiempo después de su conversión y se
fueron al paraíso. Pero el tercero sobrevivió, y, recordando sin
cesar sus pecados, se dio a tal vida de penitencia, que por quince años
seguidos, fuera de las cuaresmas comunes, en que se acomodaba a los
demás hermanos, en los demás tiempos estuvo ayunando tres
días a la semana a pan y agua; andaba siempre descalzo, vestido de una
sola túnica; nunca se acostaba después de los maitines.
En alabanza de Cristo bendito.
Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario