Capítulo XIII
Cómo San Francisco y el hermano Maseo
colocaron sobre una piedra, junto a una fuente,
el pan que habían mendigado,
y San Francisco rompió en loores a la pobreza
Cómo San Francisco y el hermano Maseo
colocaron sobre una piedra, junto a una fuente,
el pan que habían mendigado,
y San Francisco rompió en loores a la pobreza
El admirable siervo y seguidor de Cristo
messer San Francisco, para conformarse en todo perfectamente a Cristo, quien,
como dice el Evangelio, envió a sus discípulos de dos en dos a
todas las ciudades y lugares a donde Él debía ir, una vez que, a
ejemplo de Cristo, hubo reunido doce compañeros, los mandó de dos
en dos por el mundo a predicar. Y para darles ejemplo de verdadera obediencia,
se puso el primero en camino, a ejemplo de Cristo, que comenzó a obrar
antes que a enseñar. Habiendo asignado a los compañeros las otras
partes del mundo, él tomó al hermano Maseo por campanero y se
dirigió a tierras de Francia (3).
Al llegar un día muy hambrientos a
una aldea, fueron, según la Regla, a pedir de limosna el pan por amor de
Dios. San Francisco fue por un barrio y el hermano Maseo por otro. Pero como
San Francisco era de aspecto despreciable y pequeño de estatura (4), por
lo que daba la impresión, a quien no le conocía, de ser un
pordiosero vil, no recogió sino algunos mendrugos y desperdicios de pan
seco. Al hermano Maseo, en cambio, por ser tipo gallardo y de buena presencia,
le dieron buenos y grandes trozos, y aun panes enteros.
Terminado el recorrido, se juntaron los dos
en las afueras del pueblo para comer en un lugar donde había una hermosa
fuente, y cerca de la fuente, una hermosa piedra, ancha, sobre la cual cada uno
colocó la limosna que había recibido. Y, viendo San Francisco que
los trozos de pan del hermano Maseo eran más numerosos y más
hermosos y grandes que los suyos, no cabía en sí de
alegría, y exclamó:
-- ¡Oh hermano Maseo, no somos dignos
de un tesoro como éste!
Y como repitiese varias veces estas
palabras, le dijo el hermano Maseo:
-- Padre carísimo, ¿cómo
se puede hablar de tesoro donde hay tanta pobreza y donde falta lo necesario?
Aquí no hay ni mantel, ni cuchillo, ni tajadores, ni platos, ni casa, ni
mesa, ni criado, ni criada.
-- Esto es precisamente lo que yo considero
gran tesoro -repuso San Francisco-: el que no haya aquí cosa alguna
preparada por industria humana, sino que todo lo que hay nos lo ha preparado la
santa providencia de Dios, como lo demuestran claramente el pan obtenido de
limosna, la mesa tan hermosa de piedra y una fuente tan clara. Por eso quiero
que pidamos a Dios que nos haga amar de todo corazón el tesoro de la
santa pobreza, tan noble, que tiene por servidor al mismo Dios (5).
Dichas estas palabras y habiendo hecho
oración y tomado la refección corporal con aquellos trozos de pan
y aquella agua, reanudaron el camino hacia Francia.
Llegados a una iglesia, dijo San Francisco
al compañero:
-- Entremos en esta iglesia para
orar.
Y San Francisco fue a ponerse detrás
del altar; se puso en oración, y en ella recibió un fervor tan
intenso de la visitación de Dios, que encendió fuertemente su
alma en el amor a la santa pobreza; parecía, por el resplandor del
rostro y por su boca desmesuradamente abierta, que despedía llamaradas
de amor. Y, marchando así encendido hacia el compañero, le
dijo:
-- ¡Ah, ah, ah!, hermano Maseo,
entrégate a mí.
Lo repitió por tres veces, y, a la
tercera, San Francisco levantó en alto al hermano Maseo con el aliento y
lo lanzó hacia adelante a la distancia de una lanza grande. Esto produjo
gran estupor al hermano Maseo, y más tarde contó a los
compañeros que, cuando San Francisco lo levantó y lo
despidió con el aliento, él sintió en el alma tal
dulcedumbre y tal consuelo del Espíritu Santo como nunca lo había
sentido en su vida.
Después de esto, dijo San
Francisco:
-- Mi querido compañero, vamos a San
Pedro y a San Pablo a pedirles que nos enseñen y ayuden a poseer el
tesoro inapreciable de la santísima pobreza, ya que es un tesoro tan
noble y tan divino, que no somos dignos de poseerlo en nuestros vasos
vilísimos; es ésta una virtud celestial por la cual vale la pena
pisotear todas las cosas terrenas y transitorias; por ella caen al suelo todos
los obstáculos que se ponen delante del alma para impedirle que se una
libremente con Dios eterno. Esta es aquella virtud que hace que el alma,
viviendo en la tierra, converse en el cielo con los ángeles; ella
acompañó a Cristo en la cruz, con Cristo fue sepultada, con
Cristo resucitó, con Cristo subió al cielo; las almas que se
enamoran de ella reciben, aun en esta vida, ligereza para volar al cielo,
porque ella templa las armas de la amistad, de la humildad y de la caridad.
Pediremos, pues, a los santísimos apóstoles de Cristo, que fueron
perfectos amadores de esta perla evangélica, que nos alcancen esta
gracia de nuestro Señor Jesucristo: que nos conceda, por su santa
misericordia, hacernos dignos de ser verdaderos amadores, cumplidores y
humildes discípulos de la preciosísima, amadísima y
angélica pobreza.
Platicando de esta suerte, llegaron a Roma
y entraron en la iglesia de San Pedro; San Francisco se puso en oración
en un ángulo de la iglesia, y el hermano Maseo en el otro. Permanecieron
largo rato en oración, con muchas lágrimas y gran
devoción; en esto se aparecieron a San Francisco los santos
apóstoles Pedro y Pablo rodeados de gran resplandor y le dijeron:
-- Puesto que pides y deseas observar lo
que Cristo y sus santos apóstoles observaron, nos envía nuestro
Señor Jesucristo para anunciarte que tu oración ha sido
escuchada, y te ha sido concedido por Dios, a ti y a tus seguidores, en toda
perfección, el tesoro de la santísima pobreza. Y todavía
más: te comunicamos de parte suya que a todos aquellos que, a tu
ejemplo, abracen con perfección este ideal, Él les asegura la
bienaventuranza de la vida eterna; y tú y todos tus seguidores
seréis bendecidos por Dios.
Dichas estas palabras, desaparecieron,
dejando a San Francisco lleno de consuelo. Al levantarse de la oración,
fue donde su compañero y le preguntó si Dios le había
revelado alguna cosa; él respondió que no. Entonces, San
Francisco le refirió cómo se le habían aparecido los
santos apóstoles y lo que le habían revelado. Por ello, llenos de
alegría, los dos determinaron volver al valle de Espoleto, dejando el
viaje a Francia.
En alabanza de Cristo. Amén.
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