Capítulo IV
Cómo un ángel propuso una cuestión al hermano Elías,
y, respondiéndole éste con orgullo,
fue a referírselo al hermano Bernardo (6)
Cómo un ángel propuso una cuestión al hermano Elías,
y, respondiéndole éste con orgullo,
fue a referírselo al hermano Bernardo (6)
En los comienzos de la fundación de
la Orden, cuando aún eran pocos los hermanos y no habían sido
establecidos los conventos, San Francisco fue, por devoción, a Santiago
de Galicia, llevando consigo algunos hermanos; entre ellos, al hermano Bernardo
(7). Yendo así juntos por el camino, encontraron en un país a un
pobre enfermo; San Francisco, compadecido, dijo al hermano Bernardo:
-- Hijo mío, quiero que te quedes
aquí a servir a este enfermo.
El hermano Bernardo, arrodillándose
humildemente e inclinando la cabeza, recibió la obediencia del Padre
santo y se quedó en aquel lugar, mientras San Francisco siguió
con los demás compañeros para Santiago.
Llegados allí, se hallaban durante
la noche en oración en la iglesia de Santiago, cuando le fue revelado
por Dios a San Francisco que tenía que fundar muchos conventos por el
mundo, ya que su Orden se había de extender y crecer con una gran
muchedumbre de hermanos. Esta revelación movió a San Francisco a
fundar conventos en aquellas tierras. Y, volviendo San Francisco por el mismo
camino, encontró al hermano Bernardo, y con él al enfermo, con el
que lo había dejado, perfectamente curado. Por lo cual, San Francisco,
al año siguiente, dio permiso al hermano Bernardo para ir a
Santiago.
San Francisco se retiró al valle de
Espoleto, y estaba en un eremitorio juntamente con el hermano Maseo, el hermano
Elías y algunos otros, todos los cuales tenían buen cuidado de no
molestarle ni distraerle mientras oraba; y esto por la gran reverencia que le
profesaban y porque sabían que Dios le revelaba cosas grandes en la
oración.
Sucedió un día que, estando
San Francisco orando en el bosque, llegó a la puerta del eremitorio un
joven apuesto y hermoso con atuendo de viaje, que llamó con tanta prisa,
tan fuerte y tan largo, que los hermanos se alarmaron ante tan extraño
modo de llamar. Fue el hermano Maseo a abrir la puerta y dijo al joven:
-- ¿De dónde vienes, hijo, que
llamas de esa forma? Parece que no has estado nunca aquí.
-- Pues ¿cómo hay que llamar?
-respondió el mancebo.
-- Da tres golpes pausadamente, uno
después de otro -le dijo el hermano Maseo-; después espera hasta
que el hermano haya tenido tiempo para rezar el padrenuestro y llegue; si en
este intervalo no viene, llama otra vez.
-- Es que tengo mucha prisa -repuso el
mancebo-, y he llamado tan fuerte porque tengo que hacer un viaje largo. He
venido aquí para hablar con el hermano Francisco, pero él
está ahora en contemplación en el bosque y no quiero molestarle;
pero anda haz venir al hermano Elías, que quiero hacerle una pregunta,
pues he oído decir que es muy sabio.
Fue el hermano Maseo y dijo al hermano
Elías que aquel joven quería estar con él. Pero el hermano
Elías se incomodó y no quiso ir. El hermano Maseo quedó
sin saber qué hacer ni qué respuesta dar al joven: si
decía que el hermano no podía ir, mentía; y si
decía cómo se había incomodado y no quería ir,
temía darle mal ejemplo. Viendo que el hermano Maseo tardaba en volver,
el joven llamó otra vez lo mismo que antes. A poco llegó el
hermano Maseo a la puerta y dijo al mancebo:
-- No has llamado como yo te
enseñé.
-- El hermano Elías -replicó
él- no quiere venir; vete, pues, y dile al hermano Francisco que yo he
venido para hablar con él; pero, como no quiero interrumpir su
oración, dile que me mande al hermano Elías.
Entonces, el hermano Maseo fue a encontrar
al hermano Francisco, que estaba orando en el bosque con el rostro elevado
hacia el cielo, y le comunicó toda la embajada del joven y la respuesta
del hermano Elías. Aquel mancebo era un ángel de Dios en forma
humana. Entonces, San Francisco, sin cambiar de postura ni bajar la cabeza,
dijo al hermano Maseo:
-- Anda y dile al hermano Elías que,
por obediencia, vaya en seguida a ver a ese joven.
Al oír el hermano Elías el
mandato de San Francisco, fue a la puerta muy molesto, la abrió
estrepitosamente y dijo al joven:
-- Qué es lo que quieres?
-- Apacíguate primero -le dijo el
joven-, porque veo que estás alterado. La ira oscurece la mente y no le
permite discernir la verdad.
-- ¡Dime de una vez lo que quieres!
-insistió el hermano Elías.
-- Te pregunto -continuó el joven-
si es lícito a los seguidores del santo Evangelio comer de lo que les
ponen delante, como lo dijo Cristo a sus discípulos (Lc 10,7). Y te
pregunto, además, si le está permitido a nadie disponer algo en
contra de la libertad evangélica.
-- ¡Eso bien me lo sé yo!
-respondió el hermano Elías altivamente-; pero no quiero
responderte. Métete en tus cosas.
-- Yo sabría responder a esa
pregunta mejor que tú -dijo el joven.
A este punto, el hermano Elías,
encolerizado, cerró la puerta con rabia y se fue.
Pero luego comenzó a pensar en la
pregunta y dudaba dentro de sí, sin saber qué respuesta dar, ya
que, siendo como era vicario de la Orden, había prescrito por medio de
una constitución, en desacuerdo con el Evangelio y con la Regla de San
Francisco, que ningún hermano de la Orden comiese carne. La
cuestión que le había sido planteada iba, pues, expresamente
contra él (8). No acertando a ver claro por sí mismo y
reflexionando sobre la modestia del joven al decirle que él
sabría responder a la cuestión mejor que él, volvió
a la puerta y abrió para pedir al joven la respuesta a dicha pregunta;
pero ya se había marchado. La soberbia había hecho al hermano
Elías indigno de hablar con el ángel.
En esto volvió del bosque San
Francisco, a quien todo esto había sido revelado por Dios, y
reprendió fuertemente en alta voz al hermano Elías,
diciéndole:
-- Haces mal, hermano Elías
orgulloso, echando de nosotros a los santos ángeles que vienen a
enseñarnos. A fe que temo mucho que esa soberbia te haga acabar fuera de
esta Orden.
Y así sucedió, como San
Francisco se lo había predicho, ya que murió fuera de la Orden.
Aquel mismo día y en la hora en que
el ángel se marchó, este mismo ángel se apareció en
aquella forma al hermano Bernardo, que volvía de Santiago y estaba a la
orilla de un grande río, y le saludó en su lengua:
-- ¡Dios te dé la paz, buen
hermano!
No salía de su extrañeza el
hermano Bernardo al ver la apostura del joven y al escuchar el habla de su
patria, con el saludo de paz y el semblante festivo.
-- ¿De dónde vienes, buen
joven? -le preguntó.
-- Vengo -le respondió el
ángel- de tal lugar, donde se halla San Francisco. He ido para hablar
con él; pero no he podido, porque estaba en el bosque absorto en la
contemplación de las cosas divinas, y no he querido molestarle. En el
mismo lugar están los hermanos Maseo, Gil y Elías; y el hermano
Maseo me ha enseñado a llamar a la puerta según el estilo de los
hermanos. Pero el hermano Elías no ha querido responderme a la pregunta
que yo le he hecho; después se ha arrepentido, ha querido escucharme, y
no ha podido.
Luego dijo el ángel al hermano
Bernardo:
-- ¿Por qué no pasas a la otra
parte?
-- Tengo miedo, porque veo que hay mucha
profundidad -respondió el hermano Bernardo.
-- Pasemos los dos juntos; no tengas miedo
-dijo el ángel.
Y, tomándolo de la mano, en un abrir
y cerrar de ojos lo puso al otro lado del río. Entonces, el hermano
Bernardo cayó en la cuenta de que era un ángel de Dios, y
exclamó con gran reverencia y gozo:
-- ¡Oh ángel bendito de Dios!,
dime cuál es tu nombre.
-- ¿Por qué me preguntas por mi
nombre, que es maravilloso? -respondió el ángel.
Dicho esto, desapareció, dejando al
hermano Bernardo muy consolado, hasta el punto que hizo todo aquel viaje lleno
de alegría. Se fijó en el día y en la hora en que se le
había aparecido el ángel, y, llegando al lugar donde estaba San
Francisco con los compañeros mencionados, les refirió todo punto
por punto.
Y conocieron con certeza que era el mismo
ángel el que aquel mismo día y en aquella hora se había
aparecido a ellos y a él. Y dieron gracias a Dios. Amén.
* * *
1) Son once los compañeros de San
Francisco que se le fueron juntando entre 1208 y 1209, antes de la
aprobación pontificia de la «forma de vida»: Bernardo de
Quintavalle, Pedro Cattani, Gil de Asís, Sabbatino, Morico, Juan de
Cappella, Felipe Longo, Juan de San Costanzo, Bárbaro, Bernardo de
Vigilanzio y Ángel Tancredi. El número de doce lo completaba
Francisco, que nunca hubiera osado ocupar el lugar de Cristo entre sus
«caballeros de la tabla redonda».
2) Según el texto latino, la
oración del Santo habría sido: Deus meus et omnia =
«Mi Dios y mi todo» (Actus 1).
3) Francisco había contraído
la enfermedad de los ojos en su viaje a Oriente, el año 1220. El
episodio, por lo tanto, debe situarse en los últimos años de la
vida del Santo.
4) Lugar es el término
usado por las fuentes franciscanas para designar las moradas sencillas y
provisionales de los primeros tiempos, antes de la aparición del
convento, de estructura monástica; más tarde
significó también el convento.
5) Semejantes actitudes eran frecuentes en
Francisco; y dice Celano que el motejarse «hijo de Pedro Bernardone»
era para recordar su origen plebeyo (1 Cel 53).
6) Relato abiertamente partidista, fruto
del ambiente en que brotaron las Florecillas. El hermano Elías,
segundo sucesor de San Francisco en el gobierno de la Orden, fue mirado, en el
círculo de los celantes, como el responsable de la primera
desviación del puro ideal. En la literatura «espiritual» es
frecuente la contraposición entre el hermano Elías, el hombre de
gobierno que gozó de la confianza del Fundador, y el hermano Bernardo,
el primogénito, a quien se consideraba como suplantado por
aquél.
7) San Francisco realizó su viaje a
España entre 1213 y 1215, con intención de pasar a Marruecos a
predicar el Evangelio (cf. 1 Cel 56). Evidentemente, en el relato hay un error
cronológico, ya que Elías no comenzó a ejercer el cargo de
ministro general sino en 1221, a la muerte de Pedro Cattani. Otro anacronismo
es el hablar de fundación de conventos en una fecha en que San
Francisco se oponía a toda forma de morada estable.
8) La regla primera, compuesta de 1210 a
1221, prescribía: «Y, según el Evangelio, puedan comer de
cuantos manjares les ofrezcan» (1 R 3,13). Con ello, la nueva Orden
rompía con la tradición monástica de la abstinencia
perpetua de carne. Pero el sector de los prudentes veía en esto una
inferioridad respecto a las demás órdenes, en especial la del
Cister, tenida a la sazón en gran estima. Aprovechando la ausencia de
San Francisco, cuando su viaje a Oriente, los vicarios que él
había dejado en Italia habían impuesto la abstinencia
monástica. Es posible que el relato de las Florecillas atribuya
al hermano Elías la constitución de los vicarios, anulada al
regreso del Fundador (1220). La Regla bulada (1223) mantendría la
libertad evangélica de comer de todo (2 R 3,14).
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