Capítulo II
Cómo messer Bernardo,
primer compañero de San Francisco,
se convirtió a penitencia
Cómo messer Bernardo,
primer compañero de San Francisco,
se convirtió a penitencia
El primer compañero de San Francisco
fue el hermano Bernardo de Asís, cuya conversión fue de la
siguiente manera: San Francisco vestía todavía de seglar, si bien
había ya roto con el mundo, y se presentaba con un aspecto despreciable
y macilento por la penitencia; tanto que muchos lo tenían por fatuo y lo
escarnecían como loco; sus propios parientes y los extraños lo
ahuyentaban tirándole piedras y barro; pero él soportaba
pacientemente toda clase de injurias y burlas, como si fuera sordo y mudo.
Messer Bernardo de Asís, que era de los más nobles, ricos y
sabios de la ciudad, fue poniendo atención en aquel extremo desprecio
del mundo y en la gran paciencia de San Francisco ante las injurias, y, viendo
que, al cabo de dos años de soportar escarnios y desprecios de toda
clase de personas, aparecía cada día más constante y
paciente, comenzó a pensar y decirse a sí mismo:
-- Imposible que este Francisco no tenga
grande gracia de Dios.
Y así, una noche lo convidó a
cenar y a dormir en su casa. Y San Francisco aceptó; cenó y
durmió aquella noche en casa de él.
Entonces, messer Bernardo quiso aprovechar
la ocasión para comprobar su santidad. Le hizo preparar una cama en su
propio cuarto, alumbrado toda la noche por una lámpara. San Francisco,
con el fin de ocultar su santidad, en cuanto entró en el cuarto, se
echó en la cama e hizo como que dormía; poco después se
acostó también messer Bernardo y comenzó a roncar
fuertemente como si estuviera profundamente dormido. Entonces, San Francisco,
convencido de que dormía messer Bernardo, dejó la cama al primer
sueño y se puso en oración, levantando los ojos y las manos al
cielo, y decía con grandísima devoción y fervor:
«¡Dios mío, Dios mío!» Y así estuvo hasta
el amanecer, diciendo siempre entre copiosas lágrimas: «¡Dios
mío!», sin añadir más (2). Y esto lo decía San
Francisco contemplando y admirando la excelencia de la majestad divina, que se
dignaba inclinarse sobre el mundo en perdición, y se proponía
proveer de remedio, por medio de su pobrecillo Francisco, a la salud suya y de
tantos otros. Por esto, iluminado de espíritu de profecía,
previendo las grandes cosas que Dios había de realizar mediante
él y su Orden y considerando su propia insuficiencia y poca virtud,
clamaba y rogaba a Dios que con su piedad y omnipotencia, sin la cual nada
puede la humana fragilidad, viniera a suplir, ayudar y completar lo que
él por sí mismo no podía.
Messer Bernardo veía, a la luz de la
lámpara, los actos de devoción de San Francisco, y, considerando
con atención las palabras que decía, se sintió tocado e
impulsado por el Espíritu Santo a mudar de vida. Así fue que,
llegado el día, llamó a San Francisco y le dijo:
-- Hermano Francisco: he decidido en mi
corazón dejar el mundo y seguirte en la forma que tú me mandes.
San Francisco, al oírle, se
alegró en el espíritu y le habló así:
-- Messer Bernardo, lo que me
acabáis de decir es algo tan grande y tan serio, que es necesario pedir
para ello el consejo de nuestro Señor Jesucristo, rogándole tenga
a bien mostrarnos su voluntad y enseñarnos cómo lo podemos llevar
a efecto. Vamos, pues, los dos al obispado; allí hay un buen sacerdote,
a quien pediremos diga la misa, y después permaneceremos en
oración hasta la hora de tercia, rogando a Dios que, al abrir tres veces
el misal, nos haga ver el camino que a Él le agrada que sigamos.
Respondió messer Bernardo que lo
haría de buen grado. Así, pues, se pusieron en camino y fueron al
obispado. Oída la misa y habiendo estado en oración hasta la hora
de tercia, el sacerdote, a ruegos de San Francisco, tomó el misal y,
haciendo la señal de la cruz, lo abrió por tres veces en el
nombre de nuestro Señor Jesucristo. Al abrirlo la primera vez salieron
las palabras que dijo Jesucristo en el Evangelio al joven que le preguntaba
sobre el camino de la perfección: Si quieres ser perfecto, anda,
vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y luego ven y sígueme
(Mt 11,21). La segunda vez salió lo que Cristo dijo a los
apóstoles cuando los mandó a predicar: No llevéis nada
para el camino, ni bastón, ni alforja, ni calzado, ni dinero (Mt
10,9), queriendo con esto hacerles comprender que debían poner y
abandonar en Dios todo cuidado de la vida y no tener otra mira que predicar el
santo Evangelio. Al abrir por tercera vez el misal dieron con estas palabras de
Cristo: El que quiera venir en pos de mí, renuncie a sí
mismo, tome su cruz y sígame (Mt 16,24). Entonces dijo San
Francisco a messer Bernardo:
-- Ahí tienes el consejo que nos da
Cristo. Anda, pues, y haz al pie de la letra lo que has escuchado; y bendito
sea nuestro Señor Jesucristo, que se ha dignado indicarnos su camino
evangélico.
En oyendo esto, fuese messer Bernardo,
vendió todos sus bienes, que eran muchos, y con grande alegría
distribuyó todo a los pobres, a las viudas, a los huérfanos, a
los peregrinos, a los monasterios y a los hospitales. Y en todo le ayudaba,
fiel y próvidamente, San Francisco.
Viendo uno, por nombre Silvestre, que San
Francisco daba y hacía dar tanto dinero a los pobres, acuciado de la
codicia, dijo a San Francisco:
-- No me has terminado de pagar aquellas
piedras que me compraste para reparar las iglesias; ahora que tienes dinero,
págamelas.
San Francisco se sorprendió de
semejante avaricia, y, no queriendo altercar con él, como verdadero
cumplidor del Evangelio, metió las manos en la faltriquera de messer
Bernardo y, llenándolas de monedas, las hundió en la de messer
Silvestre, diciéndole que, si más quisiera, más le
daría.
Messer Silvestre quedó satisfecho y
se fue con el dinero a casa. Pero por la noche, al recordar lo que había
hecho durante el día, se arrepintió de su avaricia y se puso a
pensar en el fervor de messer Bernardo y en la santidad de San Francisco; a la
noche siguiente y por otras dos noches recibió de Dios esta
visión: de la boca de San Francisco salía una cruz de oro, cuya
parte superior llegaba hasta el cielo, mientras que los brazos se
extendían del oriente al occidente. Movido por esta visión, dio,
por amor de Dios, todo lo que tenía y se hizo hermano menor; y
llegó en la Orden a tanta santidad y gracia, que hablaba con Dios como
un amigo habla con su amigo, como lo comprobó repetidas veces San
Francisco y se dirá más adelante.
Asimismo, messer Bernardo recibió de
Dios tanta gracia, que con frecuencia era arrebatado en Dios durante la
contemplación; y San Francisco decía de él que era digno
de toda consideración y que era él quien había fundado
esta Orden, porque fue el primero en abandonar el mundo sin reservarse cosa
alguna, sino dándolo todo a los pobres de Cristo; él fue el
iniciador de la pobreza evangélica al ofrecerse a sí mismo,
despojado totalmente, en los brazos del Crucificado.
El cual sea bendecido de nosotros por los
siglos de los siglos. Amén.
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