Capítulo IX
Cómo San Francisco y el hermano León
rezaron maitines sin breviario
Cómo San Francisco y el hermano León
rezaron maitines sin breviario
En los comienzos de la Orden estaba una vez
San Francisco con el hermano León en un eremitorio donde no
tenían los libros para rezar el oficio divino. Llegada la hora de los
maitines, dijo San Francisco al hermano León:
-- Carísimo, no tenemos breviario
para rezar los maitines; pero vamos a emplear el tiempo en la alabanza de Dios.
A lo que yo diga, tú responderás tal como yo te
enseñaré; y ten cuidado de no cambiar las palabras en forma
diversa de como yo te las digo. Yo diré así: «¡Oh
hermano Francisco!, tú cometiste tantas maldades y tantos pecados en el
siglo, que eres digno del infierno». Y tú, hermano León,
responderás: «Así es verdad: mereces estar en lo más
profundo del infierno».
-- De muy buena gana, Padre. Comienza en
nombre de Dios -respondió el hermano León con sencillez
colombina.
Entonces, San Francisco comenzó a
decir:
-- ¡Oh hermano Francisco!: tú
cometiste tantos pecados en el mundo, que eres digno del infierno.
Y el hermano León
respondió:
-- Dios hará por medio de ti tantos
bienes, que irás al paraíso.
-- No digas eso, hermano León
-repuso San Francisco-, sino cuando yo diga: «¡Oh hermano Francisco!,
tú has cometido tantas cosas inicuas contra Dios, que eres digno de ser
arrojado por Dios como maldito», tú responderás así:
«Así es verdad: mereces estar con los malditos».
-- De muy buena gana, Padre
-respondió el hermano León.
Entonces, San Francisco, entre muchas
lágrimas y suspiros y golpes de pecho dijo en voz alta:
-- ¡Oh Señor mío, Dios
del cielo y de la tierra!: yo he cometido contra ti tantas iniquidades y tantos
pecados, que ciertamente he merecido ser arrojado de ti como maldito.
Y el hermano León
respondió:
-- ¡Oh hermano Francisco!; Dios te
hará ser tal, que, entre los benditos, tu serás singularmente
bendecido.
San Francisco, sorprendido al ver que el
hermano León respondía siempre lo contrario de lo que él
le había mandado, le reprendió, diciéndole:
-- ¿Por qué no respondes como
yo te indico? Te mando, por santa obediencia, que respondas como yo te digo. Yo
diré así: «¡Oh hermano Francisco granuja! ¿Crees
que Dios tendrá misericordia de ti? Porque tú has cometido tantos
pecados contra el Padre de las misericordias y el Dios de toda
consolación, que no mereces hallar misericordia». Y tú,
hermano León, ovejuela, responderás: «De ninguna manera eres
digno de hallar misericordia».
Pero luego, al decir San Francisco:
«Oh hermano Francisco granuja!...», etc., el hermano León
respondió:
-- Dios Padre, cuya misericordia es
infinita más que tu pecado, usará contigo de gran misericordia, y
todavía añadirá muchas otras gracias.
A esta respuesta, San Francisco, dulcemente
enojado y molesto sin impacientarse, dijo al hermano León:
-- ¿Cómo tienes la
presunción de obrar contra la obediencia, y tantas veces has respondido
lo contrario de lo que yo te he mandado?
-- Dios sabe, Padre mío
-respondió el hermano León con mucha humildad y reverencia-, que
cada vez me disponía a responder como tú me lo mandabas; pero
Dios me hace hablar como a Él le agrada y no como yo quiero.
San Francisco se maravilló de esto y
dijo al hermano León:
-- Te ruego, por caridad, que esta vez me
respondas como te he dicho.
-- Habla en nombre de Dios, y te aseguro
que esta vez responderé tal como quieres -replicó el hermano
León.
Y San Francisco dijo entre
lágrimas:
-- ¡Oh hermano Francisco granuja!
¿Crees que Dios tendrá misericordia de ti?
-- Muy al contrario -respondió el
hermano León-, recibirás grandes gracias de Dios, y Él te
ensalzará y te glorificará eternamente, porque el que se humilla
será ensalzado. Y yo no puedo decir otra cosa, porque es Dios quien
habla por mi boca.
Así, en esta humilde porfía,
velaron hasta el amanecer, con muchas lágrimas y consuelo
espiritual.
En alabanza de Cristo. Amén.
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